No existe mejor comienzo, ni mejor descripción, ni mejor homenaje a esta cautivadora ciudad que estas palabras de D. Miguel de Unamuno, catedrático de griego desde 1891 y rector de la Universidad de Salamanca entre 1900 y 1914. Como él, los que hemos vivido sus días y sus noches, la amamos, pues es imposible, inconcebible conocerla sin amarla. Y como a todo aquel que amas, cerrando los ojos aún la sientes, percibes su aroma de esplendor pretérito y revives los momentos más intensos de una Salamanca inmortal y eterna, que permanecerá por siempre en el corazón.
Su conjunto monumental es tan bello y tan incomparable que resulta difícil elegir un comienzo de nuestro recorrido, así, decidimos hacerlo por lo más popular y conocido: la plaza Mayor, o lo que los salmantinos llaman “el salón” ya que es el punto de encuentro de todo habitante de la ciudad. Obra cumbre del barroco español, fue un regalo de Felipe V a la villa por su fidelidad durante la Guerra de Sucesión. Proyectada por Alberto Churriguera y según la mayoría, la plaza más bella de España. Su construcción se inició en 1728 con el pabellón Real y finalizó en 1755 con el Ayuntamiento, obra de Andrés García de Quiñones. Tiene 88 pórticos con arco de medio punto y con medallones que representan a grandes personajes de la historia de España.

Plaza Mayor. Fuente
Caminamos por la empedrada calle Mayor hasta la Casa de la Conchas, de estilo isabelino y con una leyenda que cuenta como entre sus más de 400 conchas hay una que por debajo es de oro macizo. La verdad de esta historia es que el único oro que ofrecieron los jesuitas por cada concha a Rodrigo Arias Maldonado, caballero de la orden de Santiago –de ahí el adorno de las conchas- a cambio de su demolición y que no fue aceptada. Frente a ella, la Clerecía, sede actual de la universidad Pontificia.
Muy próxima, en la plaza de Colón, la torre del Clavero, de planta octogonal, con 28 metros de altura y testimonio del que fuera palacio de los Sotomayor. Al frente, el convento de las Dueñas, de las religiosas dominicas y construido sobre un palacio mudéjar. Anexo a él, el convento de San Esteban, gótico con fachada plateresco con un retablo en su altar mayor, joya ineludible de la ciudad.
Continuando en dirección a la Catedral, el palacio de Anaya, neoclásico del siglo XIV, hoy estandarte de la vida universitaria. La catedral Nueva, sublime construcción de planta rectangular y tres naves, con un exterior que presenta noventa ventanas, doscientas agujas y treinta y siete botareles. En su interior cuenta con uno de los tesoros más importantes que perteneció al Cid: el Cristo de las Batallas. Considerada uno de los mejores ejemplos del gótico tardío español, está adosada a la catedral Vieja en la que destaca el retablo mayor del año 1775, con cincuenta y tres escenas pintadas al temple por Nicolás Florentino sobre madera.

Catedral de Salamanca. Fuente
En la plaza Juan XXIII, el edificio más emblemático de Salamanca, la Universidad. Alfonso IX, en el año 1218 crea el Estudio General del Reino, origen de la futura Universidad, fundada por Alfonso X el Sabio, la más antigua de España en cuya biblioteca se custodian más de 50 mil libros de gran valor. De planta rectangular con galerías rodeando un patio central, destaca su fachada considerada obra cumbre del estilo plateresco.
Ya en la calle Libreros topamos con la Casa Museo Unamuno y la estatua de fray Luis de León presidiendo el patio de Escuelas. En la Universidad antigua, llamada Escuelas Menores, destaca la fachada, el paraninfo y, sobre todo, la biblioteca con el techo pintado con motivos zodiacales por Fernando Gallego.
La calle Ramón y Cajal nos lleva al colegio Fonseca, que de los cuatro colegios mayores que llegó a tener la ciudad es el mejor conservado. Su conjunto arquitectónico está ordenado alrededor de un bonito patio de estilo renacentista, obra de Juan de Álava y Diego Siloé, a modo de las abadías medievales. Por el Campo de San Francisco nos acercamos al convento de las Úrsulas, con un precioso torreón, la iglesia de la Vera Cruz y un importante museo.
Frente a él, la Casa de las Muertes, con una ornamentación en la que destacan las calaveras labradas y cuya leyenda dice que su inquilino don Diego desposó con Mencía. A ésta, recién salida del convento, le agradó en exceso la fogosidad de su libidinoso esposo y buscó amantes cuando éste partió a la guerra. A su regreso y enterado por las malas lenguas del asunto, don Diego fingió una partida de caza y mató uno a uno a los amantes cuando intentaban visitar a su esposa. Cuentan que, herido de muerte tras un último lance, encontraron a don Diego y la bella Mencía muertos. Al parecer, el caballero tenía sus manos alrededor del cuello de la dama.
Y finalizamos el paseo por la calle de los Condes Rascón llegando así a San Juan Bautista de Barbalos, iglesia románica de los caballeros de la orden de San Juan de Jerusalén y, junto a ella en la plaza del mismo nombre, la Casa de Santa Teresa.